REVIEW: "UNA TÍA DE ALQUILER"
- Daniel Morales Lopez
- 7 sept
- 4 Min. de lectura
Una comedia que parodia al teatro clásico, pero que tiene ciertos guiños a la actualidad que te sacan de la convención de estar en una época ajena a la actual. Una Tía de Alquiler logra su cometido, que es hacer reír a al público; sin embargo, tiene un texto que por cumplir este objetivo, en momentos, sus escenas son reiterativas y se desvían del foco principal de la historia. Pero con un diseño de vestuario que desde que se abre el telón, es alusivo y detallado.
De Magdiel Ramírez y Ricardo Jiménez, Una Tía de Alquiler se burla de lo más clásico del teatro: conflictos amorosos entre familias, dilemas morales y matrimonios arreglados. Sus personajes, por momentos, viven situaciones que al inicio resultan cómicas, pero que al repetirse a lo largo de la obra pierden frescura. Esto afecta el trabajo de dirección de Ramírez, pues la puesta carece de un ritmo ágil y en ocasiones se estanca en los momentos cómicos antes de retomar la historia. Con algunos recortes y ajustes, la obra podría fluir con mayor dinamismo y mantener al público siempre atento.

El montaje se sitúa en la casa del Conde de Villalpando, a donde llegan Orfeo y Ulises con objetivos claros: el primero busca pedir la mano de Catalina de Villalpando, mientras que el segundo, aunque aparenta ayudarlo, pronto revela otras intenciones. Allí se encuentran con Enrico, quien decide apoyar a Orfeo haciéndose pasar por su tía, la Marquesa de Quevedo, con el fin de ganarse el favor del Conde y conseguir la aprobación para el matrimonio con su sobrina.
A partir de este acuerdo, inicia una serie de enredos y situaciones con los personajes de la obra, giros inesperados y relaciones que, aunque parten del deseo de Orfeo por desposar a Catalina, da pie a que los verdaderos sentimientos de estos personajes salgan a la luz y altere todo lo que se tiene originalmente planeado.

La obra se desarrolla en el estilo de comedia española de enredo, nos presenta personas que se hacen pasar por otras, disfraces y demás, pero se siente como si estuviese una época actual ya que toda la obra tiene un lenguaje coloquial que aporta frescura a la puesta, pero genera la pregunta de si este recurso enriquece la propuesta o, por momentos, rompe con la coherencia de la época en que se sitúa la historia.
Los intérpretes hacen un trabajo muy detallado con el texto de Ramírez y Jiménez, a pesar de ser una historia simple, logran darle a cada personaje una personalidad y un sello propio: El Conde de Villalpando, como una persona fuerte, pero con buen corazón; un Orfeo lleno de perspicacia e inteligencia; Ulises que con su humildad se gana al público; una Esbetia que con su picardía y humor llena de risas al espectador; Catalina que empatiza con el público con los deseos de su corazón y un Enrico con un buen ego, que se convierte en uno de los motores de los enredos. El elenco logra dar vida a estos personajes con interpretaciones coloridas.

Ahora, cuando el texto cobra vida en el escenario es cuando comienzan a flaquear ciertas escenas por la repetición de situaciones en ciertos momentos. Por ejemplo, Esbetia se siente atraída por Ulises, nos lo presentan por primera vez; sin embargo, esta situación vuelve a aparecer de manera similar en varias ocasiones, lo que hace que pierda fuerza y vuelva más lento el ritmo de la trama.
Y cuando el libreto se convierte en acción, no genera un momento memorable. Hay peleas de espadas, persecusiones que más allá de verse como una pelea, se ve más como un trazo escénico marcado y no tanto tanto con la chispa sorprendente de la improvisación o la naturalidad, lo que le resta emoción a esas escenas que podrían ser un punto alto de la puesta.

Manuel Arroyo como Ulises, el panadero del pueblo, es con quien más empatiza el público; tiene un manejo de timing cómico excelente porque a pesar de la repetición de las situaciones, logra rescatar los momentos y mantener viva la risa del público, convirtiéndose en uno de los pilares cómicos de la obra. María Antillón como Esbetia construye un personaje muy pícaro que junto con Ulises logran un contraste entre la humildad de uno y la picardía del otro.
Massiel Nosarah como Catalina llena al personaje de dulzura y vulnerabilidad que la convierten en esa princesa soñadora que anhela el amor verdadero. Su interpretación transmite con sinceridad el conflicto interno entre los deseos personales y las ataduras impuestas por el Conde, logrando que el público empatice con su frustración y al mismo tiempo con su esperanza. Nosarah maneja con delicadeza la transición entre la ilusión romántica y la impotencia frente a las circunstancias, lo que da a Catalina una profundidad que trasciende el arquetipo de la princesa.

Donde Una Tía de Alquiler triunfa indiscutiblemente es en el vestuario diseñado por Silvestre Atelier. Con telas alusivas a la época, llenos de detalles que realzan la comicidad y la elegancia de los personajes, el diseño no solo acompaña la acción, sino que la potencia, convirtiéndose en un elemento clave para situar al espectador en el universo de la obra. Y lo mismo sucede con la peluquería de Jose Carlos Víquez que acentúan la atmósfera y la época que nos propone la obra.

En definitiva, Una Tía de Alquiler cumple con su objetivo principal: divertir al público a través de la comedia de enredos, los giros inesperados y las situaciones cómicas de sus personajes. Aunque el texto por momentos cae en la repetición y ralentiza el ritmo de la historia, el talento del elenco logra rescatar esos pasajes y dotar a cada personaje de personalidad y color. La obra brilla especialmente en su propuesta visual, con un vestuario y peluquería detallados que transportan al espectador a un universo que combina lo clásico con guiños contemporáneos. Con algunos ajustes en la dinámica de ciertas escenas, este montaje podría alcanzar un ritmo más ágil y mantener al público completamente cautivo de principio a fin.

"Una Tía de Alquiler" se presenta viernes y sábados a las 8:00 p.m. y domingos a las 5:00 p.m en el Teatro Lucho Barahona.
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