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REVIEW: "1984"

Actualizado: 19 jun

Escrita en 1948, "1984" de George Orwell sigue siendo una advertencia escalofriante sobre los peligros del autoritarismo y la manipulación ideológica. En esta adaptación teatral de Paul Stebbings y Phil Smith, dirigida por Carlos Salazar, la historia de Winston Smith cobra vida sobre el escenario, manteniendo intacta la intensidad y la crudeza del mundo gobernado por el Big Brother. A través de un lenguaje directo y una puesta en escena inquietante, la obra nos sumerge en una sociedad donde pensar diferente es un crimen y la verdad es moldeada por el poder.


La vigencia de 1984 es inquietante: en un mundo actual donde la vigilancia masiva, la manipulación de la información y la censura están presentes, la obra de Orwell se siente menos como una distopía lejana - que es como originalmente fue escrito - y más como un espejo incómodo. La figura del Big Brother resuena con las tecnologías que monitorean cada paso, y el control del lenguaje en la novela refleja cómo hoy también se intenta moldear la verdad desde el poder. Orwell no solo escribió una advertencia, sino algo más cercano a nuestro presente.

Fotografía: Andrey Gamboa
Fotografía: Andrey Gamboa

En un Londres sombrío del futuro, el Partido vigila todos los aspectos de la vida. Winston Smith (Winston Washington), un empleado del Ministerio de la Verdad, comienza a cuestionar la tiranía del Big Brother y a anhelar la libertad de pensamiento. Su rebelión toma forma al enamorarse de Julia (Francella Lizano), con quien inicia una relación prohibida. Juntos desafían el sistema en busca de verdad, placer y autenticidad. Pero en una sociedad donde la vigilancia es constante y el libre pensamiento es un crimen, la traición es inevitable y la realidad se reescribe a voluntad del poder. A través de tortura, manipulación lingüística y represión emocional, Winston es llevado al límite de su humanidad. Al final, el amor es reemplazado por la obediencia, y la victoria final es del Partido. Siempre lo ha sido.

Fotografía: Andrey Gamboa
Fotografía: Andrey Gamboa

Paul Stebbings y Phil Smith hacen una adaptación que se mantiene muy fiel a la novela original. Los principales temas que se abarcan en esta como lo son la vigilancia constante, la manipulación del lenguaje usando el newspeak, el control del pensamiento y la represión individual están presentes dentro de esta. También los personajes principales: Winston, Julia y O'Brien y conservan sus motivaciones y conflictos presentados en lo que Orwell escribe. Esta adaptación se enfoca específicamente en la psicología de Winston y su evolución (y posterior quiebre), lo cual es crucial en la novela.


Carlos Salazar —director de la puesta en escena— nos sumerge en la distopía totalitaria que Orwell plantea en la novela original. Manteniendo intacta su esencia como una advertencia brutal sobre el poder, el control y la fragilidad de la verdad, Salazar construye un montaje inquietante, en el que cada detalle escénico refuerza la sensación de vigilancia constante. La tecnología juega un papel fundamental: el uso de proyecciones que personifican al Big Brother no solo acentúa el temor a las consecuencias de cada palabra o acción, sino que también materializa visualmente la opresión. Su dirección incorpora guiños visuales y sonoros que actualizan los elementos más perturbadores de la obra, vinculándolos con dinámicas contemporáneas de manipulación, censura y control. El resultado es una propuesta escénica que, más que representar una distopía lejana, confronta al espectador con una realidad inquietantemente cercana.

Fotografía: Andrey Gamboa
Fotografía: Andrey Gamboa

Winston Washington interpreta a Winston Smith, un trabajador del Ministerio de la Verdad, donde su trabajo consiste en falsificar documentos para que coincidan con la propaganda del Partido. El intérprete lo aborda de distintas maneras: podemos verlo físicamente roto desde del principio, una persona agotada, cansada, su voz apagada al inicio y cuando está con Julia se puede apreciar se permite hablar hasta con más libertad porque no hay telescreen que los vigile. También un contraste entre el miedo y el anhelo, en sus momentos con Julia, su mirada se ilumina al experimentar todos estos sentimientos de amor con ella, pero cuando hay un telescreen, su voz y su cuerpo vuelven a la sumisión. Y cuando es sometido a la habitación 101, presenta a un personaje que fue destruido al no seguir sus propios ideales y convirtiéndose al lado del Big Brother.

Ether Porras interpreta a O'Brien, miembro del Partido Interno y representa el poder del Partido y la manipulación más despiadada. Interpretativamente, Ether hace de O'Brien un gran personaje: nos muestra un contraste entre cordialidad y crueldad, nunca pierde la cordialidad, incluso en la cuarto 101, habla con una calma que lo vuelve más inhumano. Uno de los momentos más importantes es cuando le entrega el libro de Goldstein a Winston y le habla de la resistencia, lo hace como si él fuese una guía, para que así al momento que se revela como torturador, sea uno de los giros más importantes. Porras hace de O'Brien alguien imponente, alguien con mucha autoridad. El actor logra en momentos que con solo su presencia genere cierto temor.


Francella Lizano interpreta a una Julia llena de matices. Desde el inicio, deja ver esa doble cara del personaje: por fuera, parece la compañera ideal, pero en el fondo se nota que hay algo que no encaja, una rebeldía más emocional que política. Con pequeños gestos y una energía contenida, Francella muestra a una mujer que no sueña con cambiar el sistema, sino con sentirse viva, con tener algo suyo aunque sea por un momento. No es ingenua, sabe que la libertad completa no existe, pero aun así se lanza a vivir lo que puede con Winston. Al final, su transformación es dolorosa: Francella nos deja ver a una Julia apagada, como si le hubieran arrancado lo último que la hacía ella. Un cierre que golpea, porque duele ver cómo alguien tan valiente también puede ser borrado.


Vivian Bonilla interpreta a Mavis con una inocencia casi inquietante, reflejando esa obediencia ciega de quienes aceptan todo sin cuestionar. Su presencia transmite la pasividad de una ciudadanía moldeada por el miedo y la desinformación. Adolfo Gómez, como Parsons, logra un retrato creíble y perturbador de alguien completamente absorbido por el sistema: su orgullo por la traición de su hijo no se siente forzado, sino profundamente natural, lo que hace aún más evidente el alcance de la manipulación del Partido. Y Jeremy Flores, como uno de los torturadores, impone con su sola presencia. Su interpretación tiene una frialdad implacable que encarna el terror del cuarto 101, ese lugar donde toda voluntad se quiebra y el amor al Gran Hermano se vuelve inevitable.

Fotografía: Andrey Gamboa
Fotografía: Andrey Gamboa

El videomapping fue diseñado por Gustavo Abarca, en esta obra, este recurso es muy necesario ya que la tecnología juega un papel importante en la historia al estar en esta vigilancia y los telescreens. En la puesta, se nos presenta al Big Brother en distintas ocasiones, pero con distintos rostros, lo que demuestra que quienes viven bajo este régimen, no saben quién realmente los está observando. Esta decisión refuerza la idea de un poder omnipresente que no necesita un rostro fijo para imponer control, sino que se sostiene en el miedo y la incertidumbre de no saber quién está realmente detrás de la pantalla.


Andrea Charod en el diseño de iluminación propone uno sobrio pero contundente, utiliza una paleta que acentúa la atmósfera opresiva de la obra. Predominan los tonos blancos y fríos, que remiten a la vigilancia constante y a la despersonalización del entorno. En los momentos de tortura o asesinato, la luz se torna roja, bañando el escenario en una intensidad violenta que subraya la brutalidad del régimen. Por otro lado, los tonos azules se emplean para marcar el paso del tiempo o evocar la intimidad de la noche, aunque incluso en estos momentos, la sensación de amenaza persiste. La iluminación no busca deslumbrar, sino tensar, delinear el miedo y resaltar la imposibilidad de escapar a la mirada del poder.


El diseño de vestuario de Malorie Grillo utiliza tonos mayormente oscuros o desgastados, refleja con claridad la desigualdad y el estado de vigilancia constante que se nos presenta en la obra. Predominan telas gruesas, resistentes y de aspecto envejecido, con remiendos visibles que sugieren escasez y control sobre los recursos. Los personajes llevan prendas que combinan distintos materiales y colores apagados, lo que transmite una estética industrial, casi uniforme, pero con toques que insinúan una individualidad reprimida. En contraste, O'Brien aparece con un vestuario mucho más pulido y dominante: una gabardina negra, guantes y líneas más limpias que lo separan visualmente del resto. Esta diferencia subraya la jerarquía del sistema y cómo incluso la ropa se convierte en una herramienta de control simbólico.


La escenografía diseñada por Ignacio Pérez plantea una disposición jerárquica del espacio, en la que las alturas marcan el poder de los personajes: las figuras de autoridad se ubican en las partes superiores, mientras que los trabajadores permanecen en las zonas inferiores. Por ejemplo, la parte más alta es utilizada únicamente por O'Brien, quien representa la cúspide del poder dentro del Partido. Este recurso no solo organiza el escenario, sino que también refuerza visualmente la estructura de dominación impuesta por el régimen.

Fotografía: Andrey Gamboa
Fotografía: Andrey Gamboa

En definitiva, esta adaptación teatral de 1984 no solo honra el espíritu de la novela de Orwell, sino que lo traduce a un lenguaje escénico poderoso, actual y conmovedor. La combinación de un elenco sólido, una dirección precisa y un diseño visual que refuerza la atmósfera opresiva logra sumergirnos en una distopía que, lejos de parecer remota, nos cuestiona directamente. Más que un simple montaje, es un recordatorio de la fragilidad de la verdad y de cómo el control puede adueñarse de cada aspecto de la vida, incluso de los sentimientos más íntimos. Así, esta puesta en escena convierte el mensaje de Orwell en algo urgente y necesario: una llamada a la vigilancia constante sobre las dinámicas de poder, y una invitación a no olvidar que la libertad siempre merece ser defendida.

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"1984" se presenta del 30 de mayo al 22 de junio en Teatro Espressivo, viernes y sábados a las 8:00 p.m. y domingos a las 6:00 p.m.


Todas las fotografías utilizadas al hacer este review fueron tomadas de la página de Teatro Espressivo.

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