REVIEW: "DONDE NACE LA LUZ"
- Daniel Morales Lopez
- hace 10 minutos
- 5 Min. de lectura
Donde Nace la Luz, producción del Ministerio de Cultura y Juventud, se adentra en un territorio profundamente familiar: la Navidad costarricense y los recuerdos que la sostienen. Con dirección de Kar Barquero y dramaturgia de Bryan Vindas, el montaje propone un recorrido por vivencias, memorias y afectos que moldean la manera en que celebramos diciembre en Costa Rica.
Entre un concepto minimalista y momentos de gran ensamble, la obra ilumina aquello que permanece incluso cuando sentimos que hemos perdido el espíritu navideño. La propuesta combina música, danza y teatro para reimaginar el país desde la ternura, aunque presenta algunos tropiezos en su desarrollo que impiden que todo su potencial visual y narrativo termine de reafirmarse en el escenario.

La obra sigue a Lucy, una dramaturga que, encargada de escribir un espectáculo navideño, descubre que ha perdido por completo la inspiración y la capacidad de creer en la Navidad. En medio de esa crisis creativa aparece una niña —una versión luminosa y pasada de sí misma— que la invita a revisitar recuerdos familiares, fotografías antiguas y relatos enviados desde distintas regiones del país.
A través de esta travesía, la puesta recorre escenas ambientadas en el Caribe, Puntarenas, San José y un hospital, donde familias. pescadores, hermanos, abuelas y trabajadores revelan pequeñas formas de solidaridad y compañía. Al reconstruir esas historias, la dramaturga comprende que la luz navideña no proviene de lo externo, sino de los vínculos cotidianos que compartimos. El viaje culmina cuando ambas versiones de sí misma encuentran sentido en lo íntimo: la Navidad nace cuando decidimos acompañarnos.

La dramaturgia de Bryan Vindas para Donde Nace la Luz apuesta por la emoción y la nostalgia, y en sus mejores momentos lo consigue con gran éxito: escenas como el avenidazo o la Navidad en familia destacan por su sensibilidad y su capacidad de evocar memorias compartidas. Su mayor acierto es la relación entre la dramaturga adulta y su versión niña, que funciona como motor emocional y convierte la obra en una reflexión sobre la pérdida —o persistencia— del espíritu navideño. No obstante, aunque Vindas construye escenas entrañables, algunas se sienten demasiado universales, como si pudieran ocurrir en cualquier parte del mundo, lo que en ciertos momentos pierde la identidad local que la puesta busca celebrar.

En la dirección, Kar Barquero construye un espectáculo íntimo sostenido en un minimalismo cuidado que genera atmósferas cálidas y permite que los momentos de ensamble destaquen con fuerza. Su trabajo con el elenco es preciso: incluso las intervenciones más pequeñas dejan huella en el público por la honestidad con la que están guiadas. Visualmente crea imágenes memorables, como la escena del Caribe, donde palmeras, olas y el barco logran transportarnos por completo; sin embargo, otras escenas, como la de Puntarenas, se sienten más contenidas y podrían expandirse para alcanzar un mayor impacto emocional y visual. Entre sus mayores aciertos sobresale la escena del hospital, un momento que combina ternura, actuación y concepto con una delicadeza extraordinaria. Barquero nos conduce por un viaje emocional amplio, desde la nostalgia de la Navidad en familia hasta el humor y sensibilidad que definen el viaje de la obra.

Lilliana Biamonte como la Dramaturga hace un trabajo muy honesto sobre el escenario, podemos ver por qué perdió su espíritu navideño y cómo le afectan los recuerdos que provocan su descontento con la época, y en contraste, Ariana Rodríguez como Dramaturga Niña es una chispita en el escenario, con una energía incontenible que disfruta y alienta —desde su perspectiva infantil— a su versión más adulta de sí misma, logrando una dupla muy efectiva, en la que Rodríguez, con su felicidad y optimismo, invita al público a reflexionar, y Biamonte, con su vulnerabilidad y madurez interpretativa, sostiene el peso emocional del viaje, convirtiendo cada encuentro entre ambas en un recordatorio de cómo la ternura puede reconciliarnos con lo que en algún momento dolió.

Rowena Scott como Nathalie brilla vocalmente en la escena del Caribe, con una actuación que podría tener aún más fuerza, dado a la situación que enfrenta en el mar, pero que aun así logra transmitir vulnerabilidad y una determinación que sostiene muy bien el ritmo emocional del momento. Por otro lado, en la escena del hospital, Diego Rojas y Mauricio Sibaja como Jorge y Luis, respectivamente, llenan la escena de juego e inocencia al interpretar a los niños, y que con acrobacias, convierten su escena en uno de los momentos más hermosos del primer acto. Y Ana Ulate como Abuela Virginia se lleva el corazón de su escena, entregando un momento de ternura y vulnerabilidad, recordando esas navidades en las cuales las abuelas son el motor principal y lo que une a la familia, creando los momentos más conmovedores del segundo acto.
El elenco en su totalidad destaca por la honestidad y entrega con la que sostiene cada escena. Desde los personajes protagónicos hasta las apariciones más pequeñas, todas las interpretaciones aportan al universo emocional de la obra y construyen una presencia coral que enriquece el recorrido del espectáculo.

Francesco Bracci recrea espacios que permiten al público identificarse de inmediato con lo que sucede en escena, incorporando elementos propios de los hogares costarricenses que fortalecen la conexión con la memoria y la cotidianidad que la obra busca evocar. En contraste, el diseño de sonido de Jeffrey Barboza presenta oportunidades de mejora: en varias escenas —especialmente en el primer acto— se pierden fragmentos de las letras cantadas y, cuando la Sinfónica acompaña momentos con texto, este llega a diluirse, afectando la claridad narrativa. Por su parte, la composición musical de Bernardo Quesada logra trasladarnos con acierto a distintos rincones del país mediante géneros y colores sonoros que evocan lugares como San José o el Caribe; sin embargo, en ciertos pasajes la música adopta un estilo más cercano a las bandas sonoras navideñas londinenses, lo cual, aunque estéticamente agradable, crea un contraste que por momentos la sensación de estar ante una Navidad genuinamente costarricense se pierde un poco.

Donde Nace la Luz es un espectáculo que abraza la nostalgia y busca reconectar al público con la esencia más íntima de la Navidad costarricense. Aunque no todas sus decisiones narrativas y visuales alcanzan el mismo nivel de solidez, la puesta destaca por un elenco profundamente comprometido, una dirección sensible y momentos escénicos que logran permanecer en la memoria. Su mayor fortaleza reside en la capacidad de evocar recuerdos compartidos y recordarnos que la verdadera luz navideña no proviene del de los regalos, sino de los afectos cotidianos que sostienen nuestras historias. A pesar de ciertos tropiezos, la obra se convierte en un viaje emocional honesto y entrañable que invita a mirar hacia adentro y reconocer que la Navidad —al final— nace en aquello que decidimos cuidar, acompañar y recordar.

"Donde Nace la Luz" se presenta del 07 al 14 de diciembre en el Teatro Nacional. Domingos a las 5:00 p.m. y de martes a viernes a las 7:00 p.m.
Todas las fotografías utilizadas al hacer este review fueron tomadas de la página del Ministerio de Cultura y Juventud.






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