REVIEW: «UN GORILA EN UNA JAULA DE PÁJAROS»
- Daniel Morales Lopez
- 10 jul
- 5 Min. de lectura
En Un Gorila en una Jaula de Pájaros, José Pablo Umaña nos presenta un retrato íntimo y dolorosamente humano de una familia fracturada por las ausencias, las adicciones y los silencios. Con una escritura cargada de ternura, humor y crudeza, la obra nos adentra en la vida de Ana y sus hijos, tres voces que, desde sus propios encierros, buscan amor, comprensión y un poco de paz. El dispositivo escénico —jaulas colgantes que decoran el espacio— no solo ambienta, sino que simboliza los límites emocionales y sociales que cada personaje arrastra. Esta es una obra que interpela, conmueve y, sobre todo, da visibilidad a historias que pocas veces encuentran un lugar sobre el escenario.

Ana (Beatriz Rojas), una mujer extrovertida y amante de las rancheras, vive sola y sueña con encontrar compañía y estabilidad emocional. Sus hijos, Gabriel (Leonardo Sandoval) y Mario (Jordan Ramírez), enfrentan sus propios abismos: uno desde la distancia emocional y el otro desde una vida marcada por la marginación y las adicciones. A través de escenas que entrelazan pasado y presente, la obra revela las fracturas de una familia golpeada por el abandono, el alcoholismo y la necesidad de afecto. Las jaulas que decoran el espacio escénico funcionan como metáfora de los encierros físicos, sociales y emocionales que cada personaje habita. Un Gorila en una Jaula de Pájaros es una historia sobre el dolor heredado, la esperanza persistente y el amor en todas sus formas, incluso las más rotas.

José Pablo Umaña -director y dramaturgo- pone varios temas sobre la mesa al escribir este texto: Con las jaulas que vemos durante la obra, podemos ver las situaciones que enfrentan los personajes: la soledad, las adicciones, el abandono y la culpa. También a la familia como un espacio de amor, pero también de dolor, Umaña explora las tensiones familiares con una mirada llena de amor, pero sin endulzar la realidad, mostrándonos a una madre marcada por la dependencia emocional y dos hijos que han debido aprender a sobrevivir por su cuenta y una historia llena de silencios y heridas sin cerrar. Y, por último, visibiliza algunas realidades que no siempre podemos ver: una madre en recuperación por alcoholismo, un hijo que ha salido adelante a pesar del entorno que le rodea, y otro que es una persona dedicada al trabajo sexual. José Pablo no lo presenta desde el estereotipo o el morbo, sino desde su humanidad, humor y su propia fragilidad.
Ahora, en su dirección, se nos presenta un montaje íntimo, pero simbólicamente cargado. La existencia de estos tres espacios está cuidadosamente articulada, permitiendo que todas las escenas sucedan sin que te perdás al verlas. Lo más importante: las jaulas no son meramente visuales, sino también metafóricas y le da una perspectiva más onírica, complementándose con los peluches o ciertas transiciones de luz que enriquecen a la puesta en escena. La dirección cuida el tono, logrando un balance entre lo cómico y lo dramático, y en el trabajo actoral, hay un trabajo minucioso que permite que todas las emocione surjan con honestidad, sin necesidad de forzarlas.

Beatriz Rojas interpreta a Ana, una mujer dicharachera y optimista, marcada por la soledad y la búsqueda de amor. Su humor y ternura conviven con una fragilidad profunda. Beatriz entrega una interpretación poderosa, marcada por el equilibrio entre humor y dolor. Incluso en sus momentos más vulnerables, mantiene esa chispa característica del personaje, logrando transiciones emocionales muy creíbles. Destaca especialmente en dos escenas: la llamada telefónica, donde el alcohol y la tristeza la desnudan emocionalmente, y el enfrentamiento final con Gabriel, donde deja salir todo lo que ha callado. Su manejo corporal refuerza esta dualidad: una mujer que se esfuerza por mantenerse joven, pero a la vez carga con un pasado que la pesa.
Leonardo Sandoval interpreta a Gabriel, un hombre responsable, estructurado y emocionalmente contenido que carga con el peso del pasado familiar. Sandoval logra una caracterización contenida y muy precisa. Transmite con claridad la madurez del personaje y ese control emocional que lo define, sin perder la intensidad que surge en los momentos de conflicto. Sus estallidos de enojo se sienten auténticos, cargados de emoción y acumulación. La relación con Ana está llena de matices: se percibe el cariño, pero también el peso del pasado y el resentimiento, que el actor maneja con sutileza. Una interpretación sobria, profunda y muy bien equilibrada.
Jordan Ramírez interpreta a Mario, un joven que vive en condiciones precarias y es un trabajador sexual travesti. Su historia está marcada por la marginalización, el consumo de drogas, los intentos frustrados de salir adelante y una relación compleja con su familia. Ramírez se apoya fuertemente en su corporalidad: a través de su postura, sus movimientos y su energía física, transmite el desgaste emocional y físico de una vida marcada por la violencia, la calle y las adicciones. Aunque en su voz no siempre se logra alcanzar el mismo nivel de profundidad emocional, hay momentos —como en la escena en la que Mario recuerda su infancia— logra conmover desde un lugar más íntimo y honesto. La relación con Gabriel resalta aún más su caracterización: Mario se muestra más relajado, hasta con un humor resignado, mientras que Gabriel representa la tensión y el juicio constante. Ese contraste permite ver con claridad dos formas distintas de sobrevivir dentro de la misma familia. A pesar de todo, la conexión con su madre se sostiene como un lazo frágil pero lleno de amor, que humaniza aún más al personaje.

La puesta en escena tiene un equipo creativo que complementa muy bien al montaje: Micaela Canales en el diseño de vestuario nos dice mucho sin necesidad de subrayar. Ana viste reflejando su deseo de mantenerse alegre y deseable. Mario está entre ambos mundos a través de su ropa, revelando su fragilidad y su lucha interna. Gabriel, más sobrio, proyectando distancia y control. Cada atuendo refuerza la identidad, los contrastes y los silencios emocionales de los personajes.
Alejandro Méndez, desde la escenografía y la utilería, tiene una propuesta cargada de simbolismo: tres espacios definidos que conviven en escena y se entrelazan con fluidez. Las jaulas que se encuentran durante toda la puesta en escena. Cada espacio de estos personajes cuenta la realidad de quienes los habitan, desde lo austero hasta lo precario, con una belleza rota que acompaña a la obra sin distraer.
Randall Nájera y David Rojas se encargan de la banda sonora y del diseño de luces respectivamente. Estos dos elementos trabajan muy de la mano, ya que son los encargados de crear momentos importantes durante la puesta en escena; uno de ellos es la primera vez que vemos a Mario, su estado de cansancio y hasta algo decadente se complementa perfectamente con la luz que lo ilumina: tenue que potencia el contraste entre su apariencia maquillada y el espacio precario que habita. La música, sutil pero presente, acentúa esa atmósfera de soledad y vulnerabilidad. A lo largo de la obra, ambos elementos ayudan a construir el tono emocional de cada escena, marcando transiciones, estados internos y momentos clave con sensibilidad y precisión.

Un Gorila en una Jaula de Pájaros es una obra profundamente humana que combina ternura, crudeza y simbolismo para retratar una familia fracturada por heridas invisibles pero persistentes. José Pablo Umaña logra, tanto desde la dramaturgia como desde la dirección, un montaje íntimo y conmovedor, donde cada elemento —desde las jaulas en escena hasta el vestuario, la luz y la música— dialoga con el dolor, el amor y los silencios de sus personajes. El elenco ofrece interpretaciones honestas, dando vida a una historia que, aunque es ficcional, resuena con realidades muchas veces silenciadas. Esta es una propuesta que no solo emociona, sino que también invita a mirar con más empatía las distintas formas de encierro y supervivencia que habitan a nuestro alrededor.

«Un Gorila en una Jaula de Pájaros» se presenta en la Sala Vargas Calvo del 04 al 27 de julio. Viernes y sábados a las 8:00 p.m. y domingos a las 5:00 p.m.
Todas las fotografías utilizadas al hacer este review fueron tomadas de la página del Teatro Nacional de Costa Rica.
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